Hoy, como muchas mañanas, he
salido a andar, por eso "del colesterol", que ya la edad va haciendo
sus mellas. Cada mañana me propongo hacer un itinerario completamente distinto
para así experimentar nuevas sensaciones, bien urbanos o bien campestres. Los
urbanos son más tristes. mucho cemento, mucho asfalto, mucho carril bici, mucho
ruido, mucha luz artificial, mucho desconcierto, mucha prisa. Me gustan más los
campestres, porque veo las distintas floraciones que muestra la naturaleza, los
juncos, las palmas de los palmitos, las albinas, las eneas, los cañaverales,
las moreras, las zarzas moras, las chumberas con sus higos chumbos, los juncos,
los amaneceres silenciosos rotos por los trinos de los pájaros, la tierra seca
arada a vueltas en porciones, la tierra mojada con las lágrimas del cielo, el
olor distinto que penetra hasta el fondo de todos los sentidos, que lo palpa,
que lo mastica, que lo saborea.
Hoy, como muchas mañanas, he
salido a andar. El itinerario de hoy ha sido urbano. El itinerario de hoy,
tenía como objetivo, ver, comprobar, recordar y trasladarme al pasado de mis
pasos por ese camino, que durante el año lectivo 63-64 del pasado siglo estuve haciendo día a
día. Todo es distinto. Todo ha cambiado. Nada es igual. Camino, entonces, de
tierras secas o mojadas, según fuera Otoño, o Invierno, o Primavera, con las
huellas en las mismas de las pezuñas de las vacas, de los caballos, de las
cabras o de las ovejas, llenas o vacías de agua. Camino, entonces, de tierras
salteadas de gramas silvestres cubiertas de rocío, de sombras vivas de hojas
verdes y alfombras amarillas y pardas de hojas muertas. Camino, entonces, de
olores que quedaron para la eternidad en lo más profundo de mis sentidos.
Cuando caminaba, entonces, por él, según la estación, o me escondía entre las sombras de los rayos de la eterna
caldera, o corría al refugio de los troncos de los árboles para evitar
empaparme del zumo que desprendían las nubes colgadas del cielo, o tan
panchamente caminaba sin más protección que la manta celeste del cielo,
curioseando en el suelo los papeles desparramados y cogiendo los pliegos usados
de papel carbón de copia gastado, que yo utilizaba en mis deberes.
Hoy, como muchas mañanas, he
salido a andar y he caminado. He caminado por el de entonces, que se ha convertido en el de hoy. No he
percibido aquel olor de tranquilidad.
Nada de barro. Nada de pisadas de pezuñas de vacas, de caballos, de
cabras o de ovejas. Nada de alfombras vivas o muertas. Nada. Nada de olores
naturales profundos. He salido de casa, he llegado hasta donde estaba la puerta
del colegio y he regresado por el mismo camino, el de hoy, lleno de cemento, de
luces artificiales, de carril bici, de asfalto, de ruidos, de desconcierto y de
prisas. 12.170 m. a una velocidad media de 6,38 km/h. Tiempo en recorrerlo
1:54:30. Todo, según Endomondo Sports. 1250 kcal. de menos.
Hoy, como muchas mañanas, he
salido a andar. Se han cumplidos los objetivos. He visto. He comprobado. He
recordado y me he trasladado al pasado. Nada es igual. Todo es distinto. Y sin embargo, al hacer el recorrido hoy del
camino de entonces y llegar hasta la que fue la puerta del colegio de los
salesianos de Divina Pastora, se me han venido todas las fragancias de los
olores profundos de todos mis sentidos.
Mañana, quizás, haré otro
camino, pero, posiblemente sea campestre con olor a tierras mojadas porque
aquí, ahora, empieza a llover.
Simón Candón 29/09/2015
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