jueves, 31 de diciembre de 2015

MI AMIGO PACO



En un parque de esos nuevos creados como parte integrante de las nuevas urbanizaciones de las ciudades y de los pueblos en donde el urbanismo se humaniza un poco más, nos encontramos dos viejos amigos sentados al sol mañanero, para despejar, por unas horas, una habitación cargada de silencios obligados.  

Damos vueltas y vueltas por el perímetro del parque tratando de coger esos rizos de luz que no se atreven a entrar en esa habitación, donde el amigo Paco pasa el mayor tiempo del día con miradas y oídos atentos a cualquier movimiento que se produzca en ella.

La mañana es apacible. El Sol destella. La Naturaleza se pavonea en su esplendor y nos invita a caminar tranquilos. Ni un alma en el Parque. Solo nos acechan los pinos y los bancos vacíos. De vez en cuando, alguien pasa y le pedimos que nos haga una foto para el recuerdo, para continuar solos en medio del Parque. Mi amigo Paco, no habla, pero lo dice todo. Mi amigo Paco, no anda pero camina por todos los sitios. Mi amigo Paco es sensible y se emociona. Mi amigo Paco es agradecido y me da muchas de sus sonrisas. Me meto con él y le digo cantidad de tonterías y como respuesta me da su afabilidad. Veréis, os contaré lo que hacemos antes de llegar al Parque. Antes de salir de su casa, de esa habitación en donde los rayos de oro no se atreven a entrar, le digo: ¡venga amigo Paco, dame ese abrazo de amigo para sentarte en el carro, que nos vamos de paseo!, y me da ese primer abrazo de amigo; Una vez dispuestos para salir, reclama su gorra, sus gafas de sol, su bufanda y sus zapatillas de paño para resguardarse de las "rascas" de los fríos mañaneros; listos ya para salir, cogemos los dos la rampa que está entre la puerta de la casa y la calle y al salir de ella, nos espera una serie de vericuetos entre calles, plazas, avenidas e incluso, carril bici, que por estos lares está de moda, para llegar al Parque y mientras hacemos esos recorridos, le voy canturreando y tarareando canciones de nuestros tiempos para así hacer más ameno los trayectos. Ya en el Parque, los dos, recorremos una y otra vez el mismo camino de ida y vuelta, como los cantes, con el acompañamiento de los pinos y sus sombras, los saltitos de los gorriones y los trinos de jilgueros, y todos al unísono nos complementamos en la soledad. Nuestro universo se calienta al paso de las horas y casi, casi que nos van sobrando las prendas de abrigo que llevamos puestas. Dejamos de andar y nos vamos derecho a uno de esos bancos vacíos para hacerle un poco de compañía. Allí, en el banco, junto a él y sentado, abro mi bolso y cojo uno de los libros que llevo conmigo, en esta ocasión, se trata, de "La gracia de los toreros y de sus acompañantes (anecdotario)" de D. Manuel Barbadillo y le leo a mi amigo Paco, cantidad de anécdotas e historias del mencionado libro para terminar con  aquello de: " Recogemos este pensamiento del Gallo, digno en verdad de recuerdo:

"Amigos con quienes se puede hablar, hay muchos; pero amigos con quienes se puede estar callado, muy pocos".

Terminada la lectura y después de un merecido reposo al sol, nos alejamos poquito a poco del banco y damos la última vuelta con el acompañamiento de los pinos y sus sombras, los saltitos de los gorriones y los trinos de jilgueros, y todos al unísono nos complementamos en la soledad del Parque para volver, de nuevo, por los vericuetos de calles, plazas, avenidas, incluso carril bici, que por estos lares está de moda, para llegar a la rampa y de ahí, a la habitación cargada de obligado silencio, en donde mi amigo Paco me da el abrazo de amigo para postrarlo en la cama y decirle hasta el año que viene (quedan horas para que esto ocurra)

El Parque, también se quedó en el silencio con sus pinos y sus sombras, sus bancos vacíos y de vez en cuando, con alguien que pasará por él y espantará a los gorriones dando saltitos y acallará los trinos de los jilgueros hasta el próximo día, que también será otro año, donde estaremos solos y quizás pase alguien a quien le pidamos que nos haga una foto para el recuerdo.


Simón Candón 31/12/2015

martes, 29 de septiembre de 2015

OLORES PROFUNDOS


Hoy, como muchas mañanas, he salido a andar, por eso "del colesterol", que ya la edad va haciendo sus mellas. Cada mañana me propongo hacer un itinerario completamente distinto para así experimentar nuevas sensaciones, bien urbanos o bien campestres. Los urbanos son más tristes. mucho cemento, mucho asfalto, mucho carril bici, mucho ruido, mucha luz artificial, mucho desconcierto, mucha prisa. Me gustan más los campestres, porque veo las distintas floraciones que muestra la naturaleza, los juncos, las palmas de los palmitos, las albinas, las eneas, los cañaverales, las moreras, las zarzas moras, las chumberas con sus higos chumbos, los juncos, los amaneceres silenciosos rotos por los trinos de los pájaros, la tierra seca arada a vueltas en porciones, la tierra mojada con las lágrimas del cielo, el olor distinto que penetra hasta el fondo de todos los sentidos, que lo palpa, que lo mastica, que lo saborea.

Hoy, como muchas mañanas, he salido a andar. El itinerario de hoy ha sido urbano. El itinerario de hoy, tenía como objetivo, ver, comprobar, recordar y trasladarme al pasado de mis pasos por ese camino, que durante el año lectivo  63-64 del pasado siglo estuve haciendo día a día. Todo es distinto. Todo ha cambiado. Nada es igual. Camino, entonces, de tierras secas o mojadas, según fuera Otoño, o Invierno, o Primavera, con las huellas en las mismas de las pezuñas de las vacas, de los caballos, de las cabras o de las ovejas, llenas o vacías de agua. Camino, entonces, de tierras salteadas de gramas silvestres cubiertas de rocío, de sombras vivas de hojas verdes y alfombras amarillas y pardas de hojas muertas. Camino, entonces, de olores que quedaron para la eternidad en lo más profundo de mis sentidos. Cuando caminaba, entonces, por él, según la estación, o me escondía  entre las sombras de los rayos de la eterna caldera, o corría al refugio de los troncos de los árboles para evitar empaparme del zumo que desprendían las nubes colgadas del cielo, o tan panchamente caminaba sin más protección que la manta celeste del cielo, curioseando en el suelo los papeles desparramados y cogiendo los pliegos usados de papel carbón de copia gastado, que yo utilizaba en mis deberes.

Hoy, como muchas mañanas, he salido a andar y he caminado. He caminado por el de entonces,  que se ha convertido en el de hoy. No he percibido aquel olor de tranquilidad.  Nada de barro. Nada de pisadas de pezuñas de vacas, de caballos, de cabras o de ovejas. Nada de alfombras vivas o muertas. Nada. Nada de olores naturales profundos. He salido de casa, he llegado hasta donde estaba la puerta del colegio y he regresado por el mismo camino, el de hoy, lleno de cemento, de luces artificiales, de carril bici, de asfalto, de ruidos, de desconcierto y de prisas. 12.170 m. a una velocidad media de 6,38 km/h. Tiempo en recorrerlo 1:54:30. Todo, según Endomondo Sports. 1250 kcal. de menos.

Hoy, como muchas mañanas, he salido a andar. Se han cumplidos los objetivos. He visto. He comprobado. He recordado y me he trasladado al pasado. Nada es igual. Todo es distinto.  Y sin embargo, al hacer el recorrido hoy del camino de entonces y llegar hasta la que fue la puerta del colegio de los salesianos de Divina Pastora, se me han venido todas las fragancias de los olores profundos de todos mis sentidos.

Mañana, quizás, haré otro camino, pero, posiblemente sea campestre con olor a tierras mojadas porque aquí, ahora, empieza a llover. 


Simón Candón 29/09/2015