Peneque, ¡fíjate! ¡Tengo tantas cosas que contarte! Porque no te creas que la historia de Guadalcacín es cualquier cosa, no. Verás, Peneque, para empezar hoy, te diré que yo estoy pletórico de humor y de ganas de que pasemos un día extraordinario y divertido. Ya se que, y en más de una ocasión seré reiterativo en contártelo, que el comienzo de los colonos de este nuevo pueblo no fueron precisamente camino de rosas, pero no obstante y a pesar de las dificultades, hubo empeño por su parte de hacer del tiempo, las penas livianas y con ellas, engrandecerse para que tu y yo podamos decirnos todas estas cosas con las que pasamos el rato y nos sirven de entretenimiento, recuerdos y buenas vibraciones, que seguro trasmitimos a todos aquellos que nos siguen en nuestra historia.
Amigo Peneque, ¿te digo por qué estoy contento y con buen humor? ¿Sí? Vale. Pues te cuento. Tu sabes, porque te lo dije ayer, que estuve haciendo gestiones en la sede de Patrimonio del IARA, que está al final de la manzana que ocupa la antigua fábrica de botellas, para poder recabar información sobre nuestro pueblo para así hacérsela conocer a nuestros “paisanos”, pues bien, a resulta de esta gestión, unos funcionarios amables y exquisitos, aparte de recoger mi instancia de solicitud de petición para acceder a los archivos, me dieron la pista y me indicaron el nombre de un señor que me podría informar sobre mis pretensiones. Les agradecí la información y acto seguido, como sabes, porque te lo conté ayer, me fui a verle. Estaba en la planta sótano, en su despacho con la puerta cerrada. Dos toques de llamada con los nudillos a la puerta y una voz que se oye: ¡pase!, y abro la puerta un poco como tímido y saludo y pregunto al único señor que estaba allí: Buenos días, ¿Don Juan? Si, buenos días. Pase. ¡Dígame! ¿Qué desea?, a lo que le contesto: ¡mire! Me llamo Simón y vengo para ver si me pudiera informar… me interrumpe para decirme, pero ¡hombre! Tome asiento, por favor, y ¡dígame!, y continúo yo diciéndole que tenía intención de recopilar información sobre el pueblo de Guadalcacín y si él me podría facilitar alguna de ella para un trabajo que pretendo hacer, a lo que me contesta y me pregunta que ¿quién me ha enviado allí y precisamente a preguntar por él? A lo que le respondo y le cuento lo acontecido en la planta baja del edificio con los funcionarios que me atendieron, y un poco sorprendido de cómo he llegado hasta él, accede y se brinda gustosamente a mis pretensiones. Después de estar hablando un buen rato sobre el particular, me emplaza a verle cualquier día para atenderme con más tiempo ya que tiene prisa porque ha quedado con unos señores y se le acaba el tiempo para atenderme, de modo que quedamos de esta manera y así, le digo: pues mañana, si no le importa, estoy de nuevo por aquí, y me contesta: cuando quieras.
Amigo Peneque, ¿te digo por qué estoy contento y con buen humor? ¿Sí? Vale. Pues te cuento. Tu sabes, porque te lo dije ayer, que estuve haciendo gestiones en la sede de Patrimonio del IARA, que está al final de la manzana que ocupa la antigua fábrica de botellas, para poder recabar información sobre nuestro pueblo para así hacérsela conocer a nuestros “paisanos”, pues bien, a resulta de esta gestión, unos funcionarios amables y exquisitos, aparte de recoger mi instancia de solicitud de petición para acceder a los archivos, me dieron la pista y me indicaron el nombre de un señor que me podría informar sobre mis pretensiones. Les agradecí la información y acto seguido, como sabes, porque te lo conté ayer, me fui a verle. Estaba en la planta sótano, en su despacho con la puerta cerrada. Dos toques de llamada con los nudillos a la puerta y una voz que se oye: ¡pase!, y abro la puerta un poco como tímido y saludo y pregunto al único señor que estaba allí: Buenos días, ¿Don Juan? Si, buenos días. Pase. ¡Dígame! ¿Qué desea?, a lo que le contesto: ¡mire! Me llamo Simón y vengo para ver si me pudiera informar… me interrumpe para decirme, pero ¡hombre! Tome asiento, por favor, y ¡dígame!, y continúo yo diciéndole que tenía intención de recopilar información sobre el pueblo de Guadalcacín y si él me podría facilitar alguna de ella para un trabajo que pretendo hacer, a lo que me contesta y me pregunta que ¿quién me ha enviado allí y precisamente a preguntar por él? A lo que le respondo y le cuento lo acontecido en la planta baja del edificio con los funcionarios que me atendieron, y un poco sorprendido de cómo he llegado hasta él, accede y se brinda gustosamente a mis pretensiones. Después de estar hablando un buen rato sobre el particular, me emplaza a verle cualquier día para atenderme con más tiempo ya que tiene prisa porque ha quedado con unos señores y se le acaba el tiempo para atenderme, de modo que quedamos de esta manera y así, le digo: pues mañana, si no le importa, estoy de nuevo por aquí, y me contesta: cuando quieras.
¿Sabes, Peneque, como salí de allí? Contentísimo. Eufórico. ¿Qué quieres que te diga? Y… bueno, ¿por qué te cuento todo esto? Porque hoy he estado con don Juan. Hemos hablado de todo lo que pretendo hacer. Mi entusiasmo sobre el particular. Mi ilusión por contarte todo lo que yo sea capaz de recopilar, incluso le he desvelado el secreto de quién eres tú y ¡se ha sorprendido!
Peneque, no te preocupes, sabes que ya les dije a mis amigos, que ya son también tuyos, aunque no te conozcan, que en su día te presentaría a ellos en una fiesta a todo lo grande cuando concluya con la recopilación de todos los datos necesarios y fiables para ir revelándolos en pequeñas dosis y así no hacerme pesado, porque, aunque eres mi gran amigo que me soporta, bonachón, y disfrutas mis historias, no quiero contarte, ni decirte algo que te pueda herir ¡Fíjate, Peneque! Le he propuesto a don Juan que sea mi tutor de este trabajo y como respuesta, me ha sonreído. ¿No es para estar contento y con buen humor?

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