El hombre de los labios
pintados en dos dedos, tenía nombre propio, pero nunca quiso revelarlo. Decía
que era muy importante para él mantenerlo en secreto porque así se lo había
prometido a uno de sus seres queridos. Y así sucedió que nunca, nunca, nunca
dijo su verdadero nombre y cuando alguien le preguntaba cómo se llamaba,
siempre, siempre, siempre respondía lo mismo:
Soy
el hombre de los labios pintados en dos dedos.
Muy cuidadoso en sus formas,
siempre iba muy elegante, bien vestido y por supuesto, con lo que a él le
distinguía de los demás, que era sus labios pintados en sus dos dedos (índice y
anular).
Dependiendo donde estuviera,
así se comportaba.
Era muy conocido por sus
enseñanzas y todo el mundo lo quería y respetaba mucho, mucho, mucho, de modo que, cuando iba por la calle, mayores
y niños lo saludaban con mucha, mucha, mucha afabilidad y con mucho, mucho,
mucho cariño.
Era su costumbre que todos
los días, antes de salir de casa, aparte de asearse y vestirse cuidadosamente
para ir elegante, se pintara con mucho, mucho, mucho amor los labios en sus dos
dedos y saliera a pasear por entre la gente para regalarles sus enseñanzas, bromear
con ella y hacerla feliz.
Dependiendo del modo y el lugar
donde colocara sus dedos en la cara, fingía un estado u otro de ánimo, de
manera que contaba historias de personajes que recorrían el mundo relatando
hechos reales del comportamiento de las personas.
Y eso sucedía un día, y otro
día, y otro día, y así todos los dííías.
Y sus labios se fueron
haciendo tan familiares y famosos, lo mismo que sus historias, que tanto
entretenían a todos los que se paraban a estar con él a escucharle, que todas
las gentes lo señalaban por donde pasaba y le decían cosas agradables y bonitas.
Al hombre de los labios
pintados en dos dedos, le gustaba mucho visitar todos los parques, porque allí
estaban todos los seres que a él más le interesaban, que eran los niños y
niñas. Así, les ayudaba a subir a los toboganes, a los columpios, a las ruedas
de dar vueltas y jugaba con ellos, al
mismo tiempo que les narraba historias de animales, gnomos, hadas y atendía a
todas las peticiones de los niños y niñas.
Un día, entre el barullo de
los demás niños y niñas que alborotaban alrededor del hombre de los labios
pintados en dos dedos pidiéndole que contara esta historia o aquella otra, uno
de los que asiduamente iba a verlo le cogió por el bajo del abrigo y le dio
muchos, muchos tirones para que le prestara atención, y al mismo tiempo que le
tiraba el niño gritaba:
Señor, señor, una pregunta, señor, señor, una
pregunta, una pregunta.
Y no paró de hacerlo hasta que el hombre de los
labios pintados en dos dedos se dio cuenta que alguien reclamaba con
insistencia su atención. Entonces el hombre de los labios pintados en dos
dedos, pidió silencio, gesticulando con uno de
sus otros dedos puesto en sentido vertical sobre sus labios pintados a
los allí congregados, repetidamente, hasta que todos callaron. Una vez todos
los presentes en silencio, se dirigió al niño con mucha dulzura y cogiéndole de
la mano, le preguntó:
- A
ver niño, ¿cómo te llamas?
- Señor,
señor, yo me llamo, yo me llamo, yo me llamo Pepito.
- Muy
bien, Pepito, ya sabemos cómo te llamas.
Ahora me tendrás que decir qué es lo que quieres, ¿no? Venga, dime.
Y Pepito lleno de toda su
inocencia le dijo:
- Señor,
señor ¿por qué te pintas los labios en los dos dedos y no te pintas los labios
de la boca?, porque yo, porque yo nunca he visto los labios pintados en dos
dedos, pero, pero, si he visto pintados
los labios de la boca. También señor, que, que, que a los hombres no se los he
visto pintados nunca, solamente a las mujeres, ¿por qué?
El hombre de los labios
pintados en dos dedos le respondió a Pepito de esta manera:
- ¡Mira!
Pepito, es verdad que las mujeres se pintan los labios y que no es corriente
que los hombres se los pinten. Es una
costumbre que se viene haciendo desde hace mucho, mucho tiempo. Pero lo que
realmente quieres saber es por qué me pinto los labios en los dos dedos ¿no?
Pues, te lo voy a explicar.
A
mí, desde que era un bebé, mi mamá me acurrucaba, me hacía muchas, muchas
caricias y me daba muchos, muchos besos. Te tengo que decir, también, que mi
mamá era muy, muy guapa y que se pintaba sus labios para estar más guapa
todavía. Un día se le escapó uno de sus besos y me lo dio en estos dedos y desde entonces los llevo
pintados para que nunca se me borren y nunca olvide el amor de mi madre, que
comparto con toda la gente para hacerla feliz.
Pepito estaba muy atento a
lo que le contaba el hombre de los labios pintados en dos dedos, y una vez hubo
terminado de explicarle el por qué de sus labios pintados en sus dedos, Pepito
y le dijo:
- Señor,
señor pues cuando yo sea mayor, también me voy a pintar los labios en los dos
dedos, igual que usted, porque mi mamá me hace muchas, muchas, caricias, me
hace muchos, muchos, muchos arrumacos y me da muchos, muchos besos.
- Muy
bien, Pepito, eso está muy bien. Siempre hay que querer a las mamás, le
contestó el hombre de los labios pintados en dos dedos.
El hombre de los labios
pintados en dos dedos (índice y anular), después de esa larga jornada
divirtiéndose con los niños y niñas en el parque, ayudándolos a subirse a los
toboganes, a los columpios, a las ruedas de dar vueltas, revolcándose por los
areneros con ellos y de contarles las historias de los animales, hadas, gnomos
y de todas aquellas que le pedían, se despidió de ellos dándoles, a cada
uno, un besos con sus dos dedos en los
que tenía los labios pintados y se fue para su casa a descansar contento una
vez más de haber repartido su amor por el mundo, como su mamá le había
enseñado.
Simón Candón 18/06/2013