Hoy, hoy hemos estado un amigo y yo dando un paseo por los antiguos huertos que rodeaban al pueblo de Guadalcacín (algunos quedan todavía) y por algunas de las parcelas que colindaban con el mismo, ya destruidos y destruidas por las distintas urbanizaciones puestas en carga para “agrandar” el Pueblo. Y de resultas de este paseo, comentábamos sobre los tiempos atrás y de cómo pasábamos los veranos por aquellos entonces, haciendo hincapié en los sofocos de las calores y de cómo también nos las gastábamos para aliviarlas un poco en las aguas de los “canales, sifones y desagües de riegos”, viniéndoseme a la memoria, aquel lugar de obligado cumplimiento, donde como si de la playa de Valdelagrana se tratase, todos los niños y mozalbetes íbamos a bañarnos, a “EL TOYO DE PAILLA”.
El “TOYO DE PAILLA” era el lugar de referencia mejor preparado por la naturaleza para bañarnos y lucirnos entre nosotros con saltos acrobáticos para caer en el agua de cabeza, de pié o haciendo la “bomba”. Era un lujazo tirarse desde allí arriba, que era muy alto, o por lo menos, así nos lo parecía, y ver quién lo hacía mejor. Nos decíamos los unos a los otros, ¡Eh! ¡Eh! ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira como me tiro! Y nos bañábamos en calzoncillos o “en pelota picá” porque no había para más. Gritábamos: ¡eeeeeeeh! ¡quillooooooo! ¡que vooooooooooooyyyyyyyyy! ¡cuidaaaaaaaaoooooo! Muchos íbamos a escondidas de los padres, pero… íbamos. Allí, en EL TOYO, hemos aprendido a nadar muchos de los niños de los de entonces de Guadalcacín. Me trae a la memoria muy buenos recuerdos y travesuras. Para que estuviera lleno de agua, el arroyo o desagüe donde se encontraba ubicado, tenía que recoger las aguas sobrantes de los riegos de los parcelistas colindantes con el mismo, y así sucedía siempre.
Como estábamos paseando cerca del lugar por donde creíamos había estado EL TOYO DE PAILLA, nos dijimos de ir a ver si estaba todavía, ya que desde hace muchísimo tiempo se dejó de utilizar y por lo tanto, nos olvidamos de él, él que tantas alegrías nos había dado y tantos sofocos nos había quitado de encima. Y fuimos.
Por entre medio de los campos y sembrados, nos introdujimos en dirección al cañaveral, seña de identidad del desagüe, que veíamos a lo lejos y cuando llegamos allí, continuamos al borde del desagüe, entre maizales verdes, hierbas puntas altas, patas de gallinas, verdolagas y jaramagos, cruzando alambradas, mirando por su costado el recorrido del mismo, lleno de berros y malezas que ocultaban el torrente de agua, para, pasado un gran trayecto andado, aparecer aquel gran y profundo hueco protegido por hincos de alambradas de espinos, escondido por la naturaleza silvestre.
Como estábamos paseando cerca del lugar por donde creíamos había estado EL TOYO DE PAILLA, nos dijimos de ir a ver si estaba todavía, ya que desde hace muchísimo tiempo se dejó de utilizar y por lo tanto, nos olvidamos de él, él que tantas alegrías nos había dado y tantos sofocos nos había quitado de encima. Y fuimos.
Por entre medio de los campos y sembrados, nos introdujimos en dirección al cañaveral, seña de identidad del desagüe, que veíamos a lo lejos y cuando llegamos allí, continuamos al borde del desagüe, entre maizales verdes, hierbas puntas altas, patas de gallinas, verdolagas y jaramagos, cruzando alambradas, mirando por su costado el recorrido del mismo, lleno de berros y malezas que ocultaban el torrente de agua, para, pasado un gran trayecto andado, aparecer aquel gran y profundo hueco protegido por hincos de alambradas de espinos, escondido por la naturaleza silvestre.
¡Sorpresa! ¡Alegrías! ¡jo! ¡Como nos quedamos! Y lo saludé y me quedé mirándolo largo rato y le hablé y le agradecí los buenos momentos que me dio y le pedí perdón por tanto olvido, y le dije que mi historia iba ligada a su historia, y también le dije que, aunque medio oculto por la naturaleza salvaje o silvestre, lo retrataría con la pluma para que todos supieran que él estaba en el mismo sitio, y que se estuviera un momento quieto y dijera “patata” que le hacía unas fotos para que hubiera constancia de que continuaba allí, pero que ya él no estaba para aquellos “trotes” a los que hacía muchísimo tiempo voluntariamente se había prestado.
Y como siempre, cuando sucede algo que tuvo que ver contigo, vienen muchos pasajes de tu infancia a la mente. Y… nos fuimos alejando poco a poco con la mirada perdida en los recuerdos, con la alegría de haberme encontrado, de nuevo, con aquél amigo, con aquel TOYO que tanto nos hizo disfrutar a varias generaciones. Sin embargo no nos dijimos adiós, ni hasta luego, sino hasta siempre porque con esta despedida quedaba claro que nuestras historias quedaban unidas.
Simón Candón 19/07/2011