martes, 26 de abril de 2011

MIS RECUADROS DE CORCHO


Mi recuadro. Mi recuadro es de corcho enmarcado en listones de madera de pino. Es rectangular, pero en vez de uno, tengo dos. Si dos. Dos de distintos tamaños y de las mismas características en donde tengo puesto todo aquello que amo y debo siempre recordar. Son mis preferencias. Los dos se convierten en uno para decirme y recordarme siempre lo que debo de colgar y pinchar. Mis recuadros son sufridos al mismo tiempo que generosos. Se dejan querer y me quieren. Me dan caprichos. No se tienen celos. Tratan de ser amables y cada uno de ellos arrancan trozos de papel, fotografías, notas de prensas, postales, se los cuelgan y dicen todo aquello que a mi me agrada.

El más grande de ellos tiene clavado con chinchetas de acero color plata, como si de tarde taurina se tratara, un legajo que dice:

“El Betis es Sevilla misma; El Betis no es un equipo de fútbol, el Betis es Sevilla, su aroma, sus gentes, el Guadalquivir, su gracia, su estilo… Tiene alegres hasta los colores mira que el verde es bonito, tiene el verde del campo andaluz y el blanco de las fachadas de sus casas.

Yo me pregunto si el Betis tiene necesidad de justificarse ganando este o aquel partido, cuando el Betis lo tiene ganado tó desde que lo fundaron. ¿Se le puede pedir a la Giralda que brille más, que agudice su embrujo, al Guadalquivir que acelere su curso cuando el remanso de sus aguas en las calurosas siestas ni murmullea, y a las ocho de la tarde se lava los ojos para contemplar a Sevilla y decirle “niña, ponte guapa que esta noche tenemos que lucirnos”?.

El Betis es así; es como Curro con el paseíllo, que si lo cree conveniente hasta torea, pero, si no lo hace no pasa ná, porque al “Faraón” no le apetece. Pues lo mismo le pasa al Betis. Él tiene su peso específico, lo mismo que todos sus seguidores, y es que el Betis es y será bueno el 1ª, en 2ª y en 3ª”.

Le acompaña, como no, una estampa en colores vivos de albero y capote grana y oro en manos del “Maestro” en media verónica con su figura mandando en ella, como él sabe, resaltado todo él, Curro, en perfil desafiante, humillando al toro y llevándolo a su sitio y por donde él quiere en una tarde que no requiere de otra tarde para morirse habiendo recibido todas las sensaciones del saber y del estar para conseguir el cielo. El número de orden de la estampa es el 0093882.

Mi recuadro de corcho enmarcado en listones de madera de pino, también tiene atrapado entre sus límites una hoja, la número 23, del Diario de Jerez, donde relata “un paseo pedáneo” en donde aparece una entrevista y la fotografía de mi Madre, en grande, de un miércoles 25 de marzo de 1992 en donde por cabecera dice:

“Juana Sánchez Pérez nació en Paterna, hace ya 37 años, cuando ella tenía cuarenta, llegó a Guadalcacín en la época en la que esta pedanía era apenas unos cuantos barracones en medio del campo que estaba comenzando a colonizarse. Ahora es una de las vecinas más populares y apreciadas y, pese a su avanzada edad, tiene mucha “marcha” para fiestas, carnavales y verbenas”, resaltando dentro de la entrevista, en negritas “Los barracones estaban tan mal que las ventanas ni siquiera tenían cristales, y teníamos que taparlas con sacos”
Justo debajo de la hoja descrita, está la fotografía de mi Padre, en color, con su mascota gris de sombrero, con el fondo de vegetación y de flores y ventana con persiana verde enrollable a cuerda y fijada a nudo, en su patio. Y sale de nuevo el color verde. Y le continúa más y más adherencias a mi recuadro como la Torre del Seminario de Pilas, o la fotografía de un amigo de antaño, Antonio Fuentes, más conocido entre nosotros como Antonio el cabo, o mi propia foto en estado sonriente para que no se me olvide que la vida no merece la pena pasarla entristecida, y miro a mi segundo recuadro, el más chiquitito, y veo que tiene entre sus garras las fotos de mis padres en pareja, de fiesta, de mis hijos y de mi mujer, con dos postales, una de ellas con la silueta de la Tierra y la otra con “La Creazione di Adamo” de Michelangelo en la capella Sistina. Cittá del Vaticano” que me la manda mi hijo y su mujer con el siguiente texto: Hola, te escribo desde el Vaticano, donde si tú hubieras vivido, yo no habría venido porque yo no habría nacido. Un beso de Simón y Laura. P.D.: eso si, siempre puedes venir de visita con mi madre”.

Mi recuadro. Mis recuadros de corcho enmarcados con listones de medra de pino y llenos de chinchetas multicolores. Mis recuadros son sufridos al mismo tiempo que generosos. Se dejan querer y me quieren. Me dan caprichos. No se tienen celos. Tratan de ser amables y cada uno de ellos arrancan trozos de papel, fotografías, notas de prensas, postales, se los cuelgan y dicen todo aquello que a mi me agrada y se llenan de fragancias naturales, limpias, puras, libres en donde los pulmones se llenan de vida y el alma se libera con el texto de la postal desde el Vaticano.

Simón Candón 25/04/2011

jueves, 7 de abril de 2011

EL DESCANSADERO


Quizás algunos hayan olvidado aquellos años donde la lluvia parecía más áspera y el viento más violento y que la una y el otro cogidos de la mano, en pareja, se jactaba con los más desfavorecidos para meterlos en temporal y no dejar salir a nadie de sus resguardos.


Volveré en el recuerdo a los años cincuenta del siglo pasado donde niño, muy niño, que apenas hablaba en retahíla de palabras y andaba por la calle larga de los “barracones” , de barro, de palmas y de hogueras de chupones con olor de humo de fuego retardado camino de la escuela de banquetas de madera de dos, de pizarra de tablero negra y tiza con cepillo o trapo de borrar para en el recreo beber leche en polvo batida en barreño de zinc con espumadera de acero inoxidable y cazo de aluminio o níquel, qué se yo, en jarro con asa hecho por latero y comer ese queso amarillo en lata redonda americano, que bien me sabe, para luego volver a la escuela y continuar con las tareas del pizarrín hasta las horas de la salida para entre charco salpicar al otro y llenarlo de barro y soltar unas risas de desternillarme para luego jugar a “espadear”, o a los tesoros de papel plata escondido en algún lugar, o a los piratas con el ojo tapado, o a la comba, o a los pecos, o a los platillos, o a los bolindres, o irme con los otros niños al Descansadero a hacer de las nuestras y mezclarnos con los otros niños que vivían en otro tipo de alojamiento construidos en su estructura, a cuatro aguas, con soportes de palos de chopos, de eucaliptos o de cualquier otra madera que hubiera a mano, alfajías de cañas, para luego revestirla con eneas y juncos arrancados de las entrañas de los arroyuelos o albinas y revestidos sus muros interiormente con adobes pintados con cal blanca de Morón apagada en borbotones y salpicones de agua y suelos de tierra negra en donde con los animales de compañía, gatos, perros, gallinas, se escondían de los rugidos de los grandes señores de la naturaleza y del sol, implacable en las cuatro estaciones, rodeados por arbustos verdes frondosos, a los que llamábamos “trasparentes” . Recuerdo de ese sitio del Descansadero a las familias asentadas allí, en las “chozas”, que luego pasaron a las nuevas viviendas del pueblo, de Charneca, de Sierra, de Gaspar, de Alejandra, de Eslava, de la Tardía, de…, en fin de otras muchas.


Viene a cuento estos recuerdo y a remontarme a esos tiempos porque hoy ha venido a verme un amigo para decirnos nuestras cosas y entre una de ellas, hemos hablado precisamente de lo relatado anteriormente y me ha traído unas fotos de la época, que pongo aquí, donde se ven las chozas en el Descansadero con el fondo del pueblo y también, la choza de Sierra, ¡¡claro!! Ante la visión de tan espléndidas fotos, quién se resiste a recordar y emular años de inocencia inconsciente donde, con poco o nada, me sentía bien y feliz sin saber y preocuparme de las carencias existentes que teníamos los niños de esos tiempos.


Y fui creciendo entre los míos con carencias y abundancias entre barracones con vecinos en chozas y pueblo nuevo, y de éste también me fui durante muchos años con visitas periódicas al mismo para retornar en un invierno donde la lluvia ya no es tan áspera, aunque el viento sigue igual de violento y que la una y el otro cogidos de la mano, en pareja, ya no se jactan con los más desfavorecidos para meterlos en temporal y deja salir a todos de sus resguardos.



Y Veo a Antonio Sierra y le digo que es el que mejor vive del pueblo y que parece que no se pone viejo y a lo que le digo, él, se ríe, y se lleva la mano en forma de uve a la barbilla acariciándola varias veces para decirme que él es guapo, y ¿esta cara?, y es verdad, es guapo por dentro y por fuera, y entramos en un diálogo que siempre mantenemos cuando nos vemos… y al final él me dice: ¿y…tú, … un qué? Y me retrotraigo en el tiempo y veo su choza, si choza, aquella donde desde siempre lo vi. Y lo conocí como ha sido siempre en la inocencia de la sonrisa permanente cubierta y alojada en aquel habitáculo hecho de eneas, juncos y adobes arrancados de las entrañas de los arroyuelos y albinas para crecer en el descansadero.


Simón Candón 08 /04/2011