jueves, 21 de octubre de 2010

IN MEMORIAM ANTONIO MELGAREJO


… Alguna vez fue la primera donde niños fuimos, ilusionados o qué se yo, a un centro para que fuera el lugar de encuentro en el que nos conociéramos para siempre y desde allí y no desde otro lugar, el cordón umbilical nos comunicara para la eternidad.

Pasaron los años de niñez, de pubertad, de… y pasaron… en los que compartimos todo, porque todo lo teníamos a nuestro alcance. Teníamos… hasta la inocencia de la propia vida y también la compartimos como también compartimos la procedencia de los “pueblos de colonización”.

Ya, más tarde, nos dispersamos y nos fuimos para empezar otra manera de entender la vida con la creación de una nueva familia donde los esfuerzos de juventud arrasaba a la propia existencia en el empuje y en la fuerza y con la ilusión de asentarnos en algún lugar donde se realizaran todo aquello que bullía en nuestras cabezas, y en esta etapa nueva, nos olvidamos un poco el uno del otro, pero… seguíamos ahí.

Luego, vinieron otros tiempos donde, ya agotadas esas primeras energías, recapitulamos la esencia de la vida para disfrutar de las obras realizadas, y de nuevo volvimos a encontrarnos e hicimos nuestra la frase de Fray Luis de León: … “como decíamos ayer” para convertirla en hoy, y así llevarle la contraria al tiempo con el ayer, el hoy y el mañana para hacerlos siempre en presente.

Cuando todo esto tenemos. Cuando empezamos a oler la esencia, el aroma y la fragancia de la existencia y nos embriagamos con la vida, ésta te sorprende dándonos un mazazo de padre y señor mío. Y nos preguntamos: ¿por qué ahora? Y no encontramos respuesta, sin embargo estamos seguros que continuaremos llevándoles la contraria al tiempo con el ayer, el hoy y el mañana para hacerlos siempre en presente y nos revolcaremos con la memoria y el recuerdo por los distintos prados de la naturaleza y disfrutaremos con el color verde, que tanta vida le da a la primavera.

… Alguna vez fue la primera donde niños fuimos, ilusionados o qué se yo, a un centro para que fuera el lugar de encuentro en el que nos conociéramos para siempre y desde allí y no desde otro lugar, el cordón umbilical nos comunicara para la eternidad… para siempre Antonio.

viernes, 8 de octubre de 2010

UN VIAJE EN MI INFANCIA

Y me adentraré en el recuerdo de mi infancia. Y divagaré en los pensamientos de mi niñez. Seré, por un instante, escudriñador de mis vivencias. Cantaré a los cuatro vientos todo lo que vuele, como nebulosa, en mi mente. Relataré todo aquello que se me antoje y callaré todo lo vedado a los demás. Será un desahogo y al mismo tiempo, una alegría para mi. Caminaré, atrás, en el tiempo y relataré uno de aquellos viajes, que con mi Madre, de visita, hicimos a mis abuelos.

Aquel día, nos levantamos muy, muy temprano. Nos aseamos. Yo, muy presumido, me peiné y me hice la raya, al lado izquierdo. No sé por qué, pero ha sido, siempre, mi lado preferido. Me eché mucha colonia. Había que oler bien. ¡Iba a ver a los abuelos! Mi Madre, me tenía preparada la ropa. En la silla, los pantalones planchado con sus rayas bien marcadas. La camisa, blanca impecable, con su cuello y sus puños bien almidonados. Calcetines negros y zapatos gorilas, también negros, relucientes. Me vestí y baje a la cocina para desayunar. Mi Madre, ya lo había hecho. Iba ella con un vestido a media pierna, elegante, pelo a media melena, muy guapa y hermosa, con sus colores naturales y discretamente empolvada, que resplandecía. Inquieta y nerviosa.

El viaje lo había estado preparando con muchos días de antelación. No podía fallar nada. Estaba todo previsto. La maleta. Los regalos. El bolso con las viandas para el camino. Todo.

Salimos de Guadalcacín, en el "tranvía" (autobús de línea) hasta la estación de autobuses de Jerez. Allí, nos subimos en el "correo la Valenciana”, que hace el recorrido desde Jerez hasta Algeciras, pasando por los distintos pueblos que hay entre ambos. Los billetes tenían los números de asientos dos y tres. Nos sentamos. Yo, muy inquieto, miraba por el cristal de la ventanilla, daba saltitos en el asiento, bamboleaba los pies uno para atrás y otro para delante constantemente. Mi Madre me reñía para que me estuviese quieto. Y era porque estaba nervioso y con estos movimientos, la ponía a ella también. Me estaba quieto, pero al rato, otra vez lo mismo. Le preguntaba a mi madre a cada momento que si faltaba mucho para llegar, y me contestaba que ya faltaba poco. La carretera, estrecha, angosta y tortuosa, estaba llena de baches y grandes terraplenes. Miraba a través del cristal de la ventanilla, y veía, también, los grandes prados verdes con manchas coloreadas en lilas y rojas de lirios y amapolas, llenos de toros y vacas paciendo. Yo iba gozando, viendo esos lienzos de la naturaleza.

Los abuelos, vivían en un pueblo hermoso. Dentro de los pueblos de la llamada ruta del toro. En la sierra de Cádiz. En el centro neurálgico del Parque los Alcornocales. Antes de llegar, había una cuesta arriba serpenteada que se ahogaba con unas moles de peñas, que parecían impedir la visita a todo aquel que quisiera entrar en el mismo. Alcalá de los Gazules. Ya a lo lejos, y desde la ventanilla, veo una silueta blanca saliéndose de entre las montañas, con orgullo y airosa, que anuncia nuestra llegada. Pero la poca distancia, se hace, quizás, más de rogar en esa cuesta que la "valenciana" iba arañando con esfuerzo para llegar a su destino. La parada del "correo", es abajo del pueblo, en la "Playa", que es una explanada donde existen comercios, bares, zonas de ocio y paseos. Allí nos bajamos. Cogimos nuestro equipaje y caminamos hacia la casa de los abuelos. Un tramo llano, al principio, para luego coger una zona de cuesta arriba, enlazándola con unas escalinatas muy empinadas, desembocando en un patio grande, muy grande, rodeado de varias viviendas. En una de ellas vivían los abuelos con mi tío José María, en otra, mi tío Manolo con mi tía Petra y mis primos. De las otras no me acuerdo quien las habitaba.

En el mismo patio, de suelo de chino lavado y algunas zonas con parches de cemento, nos agolpamos todos, mi Madre, mis abuelos, mis tíos, mis primos e incluso algunos vecinos, que eran como familia. Allí, nos saludamos, nos besamos y nos dijimos algunas cosas, todas ellas, llenas de alegrías. Pasamos a la casa de los abuelos. Dejamos el equipaje bien puesto. El abuelo me decía: bueno hombre, ya mi nieto está hecho un hombrecito. ¿Qué te parece? ¿Eh Juana? Y la abuela me miraba con esa sonrisa dulce y ojos brillantes, agarrada a la silla, que era la que la sostenía ya que de las piernas estaba mal. José María, no me soltaba de la mano. No paraba de besarme y acariciarme. Pasado un rato, nos sentamos. Mi Madre y los abuelos empezaron a hablar y a contarse sus cosas. Yo, me fui con los primos... Estuvimos con los abuelos tres días. Con mis primos, vi todo el pueblo, calles arriba y calles abajo. El Santuario de la Virgen de Todos los Santos. Por las mañanas, mi abuelo, se iba a un bar de la "Playa" a jugar al dominó con los amigos hasta la hora de almorzar. Y así pasaron los días de nuestra visita a los abuelos, donde los llegué a conocer mejor. Fueron días de alegrías, de ocio y de emociones. Este es el recuerdo que tengo de ese viaje de mi infancia, donde he divagado y escudriñado en mis pensamientos y mis vivencias; he gozado con este relato escrito. Me he divertido.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Qué triste está la flor.

El Otoño ha llegado.

Qué triste está la flor.

Sus pétalos caídos,

sus brazos desgajados,

sin sangre en sus venas,

sin color en su mirada,

sin juventud, Ella...

Qué triste está la flor.
Si...
Quizás...
Tal vez sea...
No.
De acuerdo, pero...
Lo confieso.
Así soy.
Lo juro.
¡Cuidado!... blasfemas.
¿Qué he dicho?
¿Algo?
al final... Un camino: el vacío.