viernes, 30 de abril de 2010

¡QUÉ HERMOSURA!

Del agua, el torbellino
de la corriente, el fluvial
de la tierra el camino
del mar, la inmensidad.
De la lluvia, las lágrimas
de las tormentas, los quejíos
de los relámpagos, los dramas
de los truenos, los suspiros.
Las hojas de los árboles
las espinas de las acacias
el cantar de los ruiseñores
el olor de las rosas.
El desgarro de las cepas
de los lentiscos y olivos
lo llora la madre tierra,
tierra y madre de sus hijos.
Del cielo, el celeste
de las estrellas, la luminosidad
de la tierra lo agreste
de la luna la tranquilidad.
El galope del caballo
el mugido de la vaca
el kirikiki del gallo
el color de la planta.
El espíritu, Dios
del barro, la carne
uno más uno, dos
y de la mezcla el hombre.
Los campos, los baldíos
los montes, las llanuras
las marismas, los sequíos
la Naturaleza, ¡ qué hermosura !

TÍMIDA

Color de tu color:
¡ amapola ¡
Perfume de tu encanto:
¡ rosas ¡
¡ Qué flor de vergüenza ¡
la primera.
La segunda:
¡ Qué hermosura de llanto ¡.

EL VUELO



Esta mañana me he levantado con buen humor. Es sábado y como siempre me he levantado con buen humor, pero a diferencia de como siempre, esta mañana me he levantado diferente después de una noche en la que hemos salido unos amigos a pasear por las calles de Jerez de la Frontera, a disfrutar de ellas y a saborear su señorío de ciudad para terminar en una cena entrañable familiar entre los amigos. Si. Si. No podía ser de otra manera. Esa, esa familiaridad inundaba todo el ambiente. La amistad se bebe como el fino, saboreándola. No se ve, se bebe, se come y este ha sido el caso. Ya en la despedida, entrada la noche, hemos quedado, a la mañana, para desayunar en el lugar donde el puesto de tejeringos lleva toda la vida y donde su olor, al recibirlo, segrega líquidos salivares del que, ansioso, desea devorarlos acompañados o bien de café, o bien de chocolate. Allí quedamos, allí nos vimos, allí compramos los papalones de tejeringos y allí los degustamos. Hablas con uno. Te ríes del chiste que cuenta el otro. Dices una tontería. Te saltan con otra, y entre dimes y diretes pasa el tiempo sin que nos demos cuenta y cuando ya se va terminado el desayuno, cada uno va diciendo que a ver cuando otra vez, que ha sido fantástico, que hay que repetirlo con alguna frecuencia y que bueno, que cada uno va diciendo que si se tiene que ir, que si lo está esperando uno, o que si ha quedado con otro, o que ya me voy para casa, o que me voy a volar. ¿Cómo? Si. Si. A volar. A volar y si alguien me quiere acompañar, mejor. Es lo que dijo el amigo Paco Trenado. Me voy a volar, a volar, a pasar un buen rato por las alturas donde no hay tiempo, donde todo parece quieto y donde la soledad aparece más acompañada que nunca. Más de una vez Paco había hecho el mismo ofrecimiento. Más de una vez. Su semblante en el ofrecimiento es de gozo total. Le brillan los ojos de felicidad y ante tal sentimiento, en esta ocasión, yo no podía dejar escapar de sentir esa sensación de libertad donde nada se mueve, donde la soledad está más acompañada que nunca y donde el tiempo se difumina en la nada, porque la nada existe. Así, si. Así fue como me embarqué en ir a su ofrecimiento. Y nos fuimos a su hangar en los campos de Trebujena, pueblo en las cercanías de Jerez, donde tiene su monomotor biplaza, que me enseñó y explicó con todo lujo de detalles al mismo tiempo que iba revisando todo. Dicho y hecho esto, nos dispusimos para el vuelo. Yo, en principio, un poco receloso pero con la confianza que te da el amigo piloto de gran experiencia y de muchas horas de vuelo, me subí, junto a él, a la cabina y tomando posesión del asiento frente a los mandos, para mí complicadísimo, me puse el cinturón, los cascos y toda las zarandajas de audio y seguridad para comenzar el vuelo. Previo a todo esto, con gran suavidad y presteza, sacamos el monomotor del hangar y lo pusimos en disposición de salida. Todo listo para iniciar el vuelo. Tengo que reconocer que en esos momentos me sentía tranquilo y sin preocupación, quizá por la confianza que me trasmitía Paco, o sin quizá, era esa confianza que se necesita que le den a uno para comenzar, sin torpeza, cualquier acción en la vida. Paco arrancó el motor y como si de un coche se tratara, empezó el biplaza a caminar para ir poco a poco cogiendo velocidad hasta, sin sentir, elevar el vuelo a ese cielo azul tranquilo de un sábado donde un grupo de amigos decidieron que lo mejor para comenzar el día era desayunar junto al puesto de tejeringos en la ciudad del vino y del cante y que dos de ellos aventuraron evadirse en un vuelo de disfrute, de gozo y de retorno. Ya en el espacio vacío, con horizonte y sin rumbo fijo, Paco me dijo que iríamos a sobrevolar la serranía de Cádiz y para ello seguiríamos la ruta alejada del radio de acción del Aeropuerto de Jerez, ya que está prohibido volar dentro de ese radio de seguridad; de esta manera comenzó la aventura de sensaciones inigualables. Allá, arriba, en los aires, en el espacio vacío, los tres, el que nos lleva dentro de su alma y del que dependemos y nosotros dos, Paco que dirige y guía y disfruta y yo que soy dirigido, guiado y que gozo en las altura recibiendo emociones fuertes y sintiendo un placer sobrecogedor al convertirme en observador de todo lo alcanzable a la vista. Esas llanuras. Esas alfombras ocres, pajizas y verdes extendidas sobre la tierra. Esas manchas blancas de cal blanca derramada sobre pueblos blancos. Esos pegotitos de cortijos y haciendas desparramados por los campos. Esas veredas y caminos, como hilos de bobina, sueltos y a sus antojos. Las sierras puestas a capricho. Pasamos por encima de todas ellas con ojos grandes, corazones henchidos, almas satisfechas, tranquilas y sosegadas. Abajo dejamos los pueblos de Lebrija, Las Cabezas de San Juan, Villamartín, El Bosque, Prado del Rey, El Pantano de Bornos, El Charco los Hurones, El Pantano del Guadalcacín, haciendo vuelo de bajada casi rasa sobre sus aguas para subir de nuevo y continuar hacia otro lugar y dijo Paco algo de si yo tenía prisa, a lo que contesté que en el lugar donde estábamos el tiempo no existía, se había parado, que estaba confundido y enredado con el cielo, con el aire, con el sol, con la altura, con la nada porque la nada existe y con el todo y nos volvimos y nos dimos la vuelta y continuamos y nos fuimos por otro sendero de esos que existen en el aire y también en la tierra y vimos acequias, canales, ríos y caminamos por encima del Río de Andalucía y nos cogió de la mano hasta llevarnos a Coria y a Puebla del Río. Acariciamos los pinos de Aznalcázar y llegamos a Pilas, el lugar donde nuestra niñez y adolescencia quedó secuestrada para siempre. Allí, en su cielo, revoleteamos y tiramos nuestros recuerdos en flash de negativos fotográficos y nos volvimos acompañados por el Guadalquivir para llegar al hangar en los campos de Trebujena, pueblo en las cercanías de Jerez, donde tiene el monomotor biplaza su dormitorio para dejarlo soñar, soñar con mis sueños. Y volveremos a vernos los mismos amigos: Tamayo, Saborido, Manolin, Segovia, Trenado, Manolo, Fernando y Simón con las respectivas esposas y volveremos a Jerez para disfrutar de sus calles y de su señorío. Y volveremos a volar, Paco, a volar, pero este nuevo vuelo ya no será igual. Será otro con nuevas sensaciones.

Simón Candón 24/06/09